domingo, junio 04, 2006

Call me Trimtab *

Hay decenas de autores que han escrito frases sobre el momento exacto en que se ha dejado de ser niño o niña: tiene que ver con darte cuenta de la presencia (abrumadora o débil, pero presencia, al fin) del dolor, o quizás del deseo (propio o ajeno), o quizás de la verdad; o quizás de algo más.

Es un momento clave, fácilmente señalable y tan nítido que pueden perderse, para favorecerlo, recuerdos valiosísimos en esa extraña economía de la memoria.

Para mí, ese momento fue cuando supe que los Reyes Magos no eran tales, sino que era mi papá. Estaba claro que yo sabía lo que era mentir, porque yo ya había mentido. Pero una cosa es mentir, y otra cosa es que te mienta tu papá. Así sea para prolongar tu infancia, tu candidez. O para impedir la llegada de la adolescencia pateando al perro. Entiendo. Siguiendo el marco de analogías con la fauna, yo quisiera que mi gato Cirilo se quedara siempre así de lindo, que no se engordara ni se quedase calvo y con el pelo como estopa. Pero le llegará el día, si no se va antes porque le vuelven a crecer los testículos y las ganas de aventura. Entiendo todo eso, de verdad.

En fin, mi punto, tardío, para variar, es que si bien ese momento siempre llega, hay otro momento similar, que no siempre llega. A mí, por suerte, me llegó hace poco. No lo recibí como una revelación o un desencanto preciso, como suele suceder con el momento de dejar atrás la niñez; sino como un respiro, un soltar el lastre, dejar botada la mochila. Una alegría calmada que flotó y flota todavía a mi alrededor como un satélite budista, llenando todo de luz y de lucidez.

No sucedió cuando creí descubrir quién era yo, porque eso ocurre muchas veces a lo largo de una vida. Yo siempre creí descubrir quién era luego de cada desgracia que me sucedía, y cada vez resultaba ser alguien distinta.

El momento al que me refiero, mas bien, es cuando descubrí cuál es mi juego.

Y mi juego es sencillo: voy a cambiar el mundo. Eso no quiere decir que el mundo vaya a cambiar gracias a mí; sino que me suscribo al proyecto, me adscribo a la utopía, a la locura, a la pasión probablemente mortal e infructuosa de intentarlo, no porque crea que el mundo vaya a cambiar, sino porque no encuentro un juego mejor que ese, más convincente o que valga más la pena.

O la vida.


* Buckminster Fuller, el gran arquitecto, diseñador, matemático, visionario, filósofo y posteriormente, gurú, perdió a su hija cuando tenía 32 años. Se deprimió tanto que quiso suicidarse, pero a última hora tuvo una especie de revelación que lo detuvo y lo transformó. Decidió emprender una búsqueda: quería descubrir lo que un solo individuo era capaz de hacer y contribuir para cambiar el mundo y beneficiar a toda la humanidad. Ese individuo podía ser cualquiera, pero en esa ocasión, se trataba de él mismo.

Su tumba tiene solo una inscripción: "Call me Trimtab" ("llámenme trimtab"). El trimtab es una pequeña lengüeta de equilibrio o alerón en una nave, que permite, con solo un poco de presión, lograr que esa gran nave cambie de rumbo. "Bucky" Fuller usaba esta metáfora para referirse a los cambios que un solo individuo tiene la capacidad de hacer en la gran maquinaria del Estado.


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